He enviado a mi hij@ al extranjero

Todos los veranos traen consigo, a los que somos padres, el tradicional quebradero de cabeza sobre qué hacer con ellos para poder seguir conciliando nuestra vida laboral, que tanto nos facilita el colegio. Aparte de campamentos, cursos de media jornada, deporte intensivo o algún idioma, aprovechamos también para mandar a nuestros hijos al extranjero a que además de sumergirse, lingüísticamente hablando, en otra lengua, abran la cabeza, vivan la experiencia de salir de casa… y enfrentarnos nosotros mismos a la realidad de que queremos lo mejor para ellos pero no queremos que estén lejos de nosotros.


Sobre todo las madres, y aunque los padres lo manifestamos menos pero nos ocurre igual, sufrimos la ansiedad de querer que todo les vaya bien. Las leyendas urbanas de lo que sucedía en nuestra época, cuando no había facetime ni whats app, de amigos nuestros que lloraban de hambre por la noche, las descripciones de sus familias de acogida como personas rancias y desagradables o la asquerosidad de que se tenían que bañar en agua ya usada anteriormente por su predecesor en la bañera, nos llenan de espanto, por no hablar de la posibilidad del rapto, la pederastia o sin tanto dramatismo, el bullying allá donde vayan.


La realidad hoy en día es que ya antes de salir el avión nos han mandado los primeros whats app desde la zona de embarque, que el personal de la organización nos ha enviado, al chat de grupo de otros padres que, como nosotros, están en la misma angustiosa y por ello cómica situación, un video completo del despegue, el desayuno en el avión, el aterrizaje, el momento donde coge su maleta y hasta el momento en que han ido al cuarto de baño.


Queremos regalar a nuestros hijos no solo el idioma, sino la experiencia de empezar a cortar el cordón umbilical con ellos, que tengan que solucionar, dentro de un margen, algunos problemas por su cuenta y nos encontramos con que somos el equivalente al coche Kit para Michael Knight: su wikipedia, sus consultores, sus acompañantes virtuales, excepto, eso sí, cuando a ellos todo les va sobre ruedas, que entonces no cogen el móvil ni nos contestan al whats app y nos vuelven locos pensando que sucede algo malo cuando, como ya dice la tradición: “no news, good news”.


Probemos a dejar de recibir de ellos cada par de horas una señal de vida. Probemos a dejarles resolver los problemas adecuados a su edad. Probemos de verdad a cortar el cordón umbilical y a que se sientan solos, solos de verdad. Se espabilarán, nos querrán más y los haremos más fuertes e inteligentes.

A ver si lo consigo yo también.




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